Herramientas
Cambiar el país:
eldiario.es - Cultura
eldiario.es - Cultura
Kim Gordon, la artista pionera que desde Sonic Youth aportó la cuota de igualdad al rock alternativo
REM, Jane’s Addiction, Hüsker Dü, The Replacements... La gran mayoría de grupos norteamericanos que a lo largo de los años ochenta contribuyeron a introducir el rock alternativo entre los gustos mayoritarios, estuvo compuesta por hombres. Hubo excepciones como la de Kim Deal, que primero estuvo en Pixies y después fundó The Breeders, una de las bandas que capitaneó el asalto de la revolución ruidosa a las listas de éxitos. Sonic Youth no llegó a vender tantos discos como ellas, pero ejercieron de caballo de Troya para que una nueva generación de artistas invadiera los canales de música mayoritarios.Como parte de un grupo venerado que funcionaba como foco renovador, Kim Gordon ―cofundadora, bajista, guitarrista y vocalista del cuarteto― aportó mucho más que una imagen femenina en un terreno tradicionalmente masculino. Su voz cuestionó el papel y el espacio de la mujer en el rock en unos años en los que este tipo de cuestiones eran secundarias.En sus memorias (La chica del grupo, 2015), Gordon reflexionaba así a partir del debut de Sonic Youth en los escenarios londinenses en 1986: “Por lo general, a las mujeres no se les permite ser la hostia. Es como la famosa distinción entre arte y artesanía: el arte y el desenfreno y llevar las cosas al límite es algo masculino; la artesanía, el control y el refinamiento es para las mujeres. Culturalmente, no permitimos que las mujeres sean tan libres como estas quisieran, porque es algo que da miedo”.Su conquista de esa libertad creativa define un periplo cuyo último episodio lleva por título The Collective. Es el segundo álbum que firma con su propio nombre, y en él, Gordon amplía una vez más su campo de acción, explorando sonidos que no provienen necesariamente de las guitarras. Su disco anterior, No Home Record (2019), incluía la canción Hungry Baby, impregnada por el impacto del #MeToo. “Ha propiciado una plataforma para que las mujeres se manifiesten y hablen de asuntos como el acoso sexual, que están asumidos y normalizados por la sociedad. Es un asunto complicado de resolver porque vivimos en un mundo muy reaccionario, dominado por las redes sociales donde todo es o blanco o negro, no existe la zona gris que permite el debate”, afirmó en una entrevista para El País.En uno de los temas de The Collective, la artista se mete en la piel de un político ultraconservador que se queja de cómo el feminismo está aniquilando la masculinidad tradicional: “No me llames tóxico solamente porque me gusta tu culo”, dice la letra de I’m A Man. La de Gordon no aborda sus canciones desde la perspectiva habitual del compositor, porque su mirada es la de una artista visual que hace música, y no al revés. Estudiando en la universidad empezó a darse cuenta de que había cosas que su hermano podía hacer y ella no por el hecho de ser una chica. Así que abandonó su California natal y se instaló en Nueva York justo cuando la década de los setenta expiraba. Allí descubrió el contexto liberador que proporcionaban el arte conceptual y la música experimental. Vio actuar al trío DNA, que como muchas formaciones de la llamada no wave contaba con mujeres instrumentistas contribuyendo a luxar el lenguaje del rock, y sintió que la música también podía ser un vehículo idóneo para expresarse.En ese momento el centro de Manhattan estaba lleno de artistas visuales como Barbara Kruger y Barbara Ess ―ambas componentes del colectivo musical feminista Disband― o Miranda Stanton ―entonces en Thick Pigeon― que fue quien le presentó a Thurston Moore. Con él, Gordon crearía en 1981 Sonic Youth, la banda que cambió los esquemas del rock durante los años ochenta y noventa. Estuvieron en activo hasta que la relación sentimental entre ambos terminó abruptamente en 2011.La popularidad de Sonic Youth arraigó en Europa a partir de 1985, y fue creciendo exponencialmente con álbumes como Sister (1987) y Daydream Nation (1988). En 1990 inauguraron una nueva era al convertirse en el primer grupo independiente y heterodoxo que firmaba contrato con una multinacional. Una parte de la comunidad de grupos que ellos habían promocionado siguió sus pasos en un proceso que se desbordó tras el éxito de Nirvana, otra de sus bandas protegidas. Paralelamente a eso, una nueva generación de mujeres punk pasaba a la acción bajo la denominación colectiva de riot grrrls. Su objetivo era construir redes ―sellos, clubes, festivales, fanzines― en los que las mujeres pudieran manifestarse fuera del machismo inherente al rock. Para ellas, Gordon era un modelo a seguir. Por veterana y por lúcida.En el tema Kool Thing había equiparado el miedo a un planeta negro del cual hablaba Public Enemy, al miedo a un planeta hembra. En varias fotos de entonces, Gordon lucía una camiseta con la inscripción Girls invented punk, not England (las chicas inventaron el punk, no Inglaterra). “Me la lanzaron durante una actuación", afirmó en una entrevista para la revista GQ en 2015. "Las mujeres somos siempre elementos anarquistas que se revuelven contra los convencionalismos sociales masculinos, así que, por lógica, el punk es algo nuestro. Hizo que más mujeres tuviesen visibilidad gracias a gente como Patti Smith y Siouxsie, que animaron a otras a romper moldes, pero para mí no fueron una inspiración. En mi caso, la no wave fue mucho más influyente que el punk”.Mientras formaba parte de Sonic Youth, Gordon estuvo en grupos con otras mujeres. Con Lydia Lunch formó Harry Crews, banda femenina de vida breve cuyo repertorio partía de la prosa del novelista norteamericano homónimo. Free Kitten, su actividad musical paralela más longeva, fue una aventura que llevó a cabo con la ex Pussy Galore Julie Cafritz, una de las mujeres que ella considera icónicas “a pesar de que nunca haya tenido aceptación masiva”. Otras serían Jennifer Herrema (Royal Trux) o Kathleen Hanna, de las decisivas Bikini Kill, cabecillas del riot grrrl.Gordon también coprodujo el primer álbum de Hole pero, sobre todo, empatizó con la sensibilidad de Kurt Cobain, una de las primeras voces masculinas que desde el flanco de aquel rock alternativo se pronunció a favor del feminismo y en contra de la homofobia. Gordon fue posiblemente de las primeras músicas en visualizar el acoso sexual. “No me toques el pecho, estoy trabajando en mi mesa”, cantaba en Swimsuit Issue, incluido en el álbum Dirty (1992), que se inspiraba en un incidente que tuvo lugar en las oficinas de Geffen, la discográfica a la cual estaban ligados Sonic Youth.Pero los intereses de Gordon abarcan más allá de esa escena alternativa que ayudó a crear. Madonna, por ejemplo, es otra de las artistas por la cuales ha manifestado siempre un gran respeto: “Creo que cambió la manera en que la gente del rock escribía sobre las mujeres”, dijo a Rolling Stone en 1997. En 1986, Sonic Youth inició un proyecto llamado Ciccone Youth en el que indagaban en las posibilidades de las cajas de ritmos a la vez que sometían algunas canciones de Madonna a tratamiento de choque. En The White(y) Album, que es como se tituló su único disco, había un tema titulado Two Cool Rock Chicks Listening To Neu (Dos chicas molonas del rock escuchando a Neu), que consistía en los comentarios de Gordon y Cafritz mientras oían a uno de esos grupos que solamente los tíos parecían poder apreciar. En dicho disco, Gordon también se apropiaba de Addicted To love, canción de Robert Palmer popularizada por un vídeo en el que un grupo de bellas e inanes instrumentistas acompañaba al cantante. Ella hizo su versión usando el tema original como música de karaoke.A sus 70 años, Kim Gordon se mueve al margen de las normas y los clichés de la música pop. Recientemente declaraba a The Guardian que “las mujeres siguen sin explorar a fondo la música experimental". "Yo no necesito que mis canciones estén sonando en todas las emisoras de radio”, añadió. Algo parecido le dijo una de sus referentes, la batería japonesa Yoshimi, que también colaboró en Free Kitten. En el libro Música maestra. Ensayos sobre música y mujeres escritos por mujeres, coeditado por la propia Gordon, Yoshimi afirmaba que “se requiere mucho valor y arrojo para tocar música libre y experimental”. Kim Gordon hizo eso mismo en el contexto del rock. Aquellas bandas disonantes y nada convencionales de la no wave neoyorquina de 1977 le dieron la pauta que hoy continúa desarrollando. 
eldiario.es
La comedia argentina 'Puan' defiende la filosofía como arma contra “el avance de la derecha”
La filosofía ha ido desapareciendo poco a poco de los colegios e institutos, y por tanto de la vida. La última reforma educativa, ya con el Gobierno de coalición, no solo no rescataba la materia, atacada desde la ley Wert en 2013, sino que volvía a demostrar que para los políticos la filosofía es una materia de segunda categoría. No solo se ratificó que seguiría sin ser obligatoria en la ESO, sino que dejó de ser una optativa en cuarto como ocurría hasta el cambio tomado en 2022. Es decir, que ahora mismo un alumno puede terminar su educación obligatoria sin haber estudiado ni una sola hora de filosofía.El valor de la filosofía y de la educación pública está en el centro de Puan, una comedia inteligente y brillante escrita y dirigida por Benjamin Naishtat y María Alché que logran hacer una radiografía a un país que ya olía la amenaza de la llegada de la extrema derecha. El filme, que ganó el premio al mejor guion y al mejor actor (para Marcelo Subiotto) en el pasado Festival de San Sebastián, consigue la carcajada con la historia de este profesor dedicado a la enseñanza en la universidad pública que prevé heredar la cátedra tras la muerte de un compañero sin contar con la llegada de un profesor con aires de celebrity y el rostro de Leonardo Sbaraglia. Los cineastas, pareja en la vida real, confirman que la película quiere hablar de algo que se dice en el filme, y es que sin la filosofía uno no sabes ni lo que significa la palabra pueblo. “Ante un avance mundial de las derechas y una sensación donde todo tiene que ir hacia la utilidad, donde parece que estos temas pasan a ser accesorios y que tienen un valor de mercado, la filosofía justamente es lo que te permite ver la realidad como algo no fijo y que te permite tener herramientas para transformarla. Si sacamos esas materias, que nos permiten pensar, o quitamos esas carreras, nos vamos a quedar sin la posibilidad de transformar la realidad”, opinaba María Alché desde el pasado Zinemaldia y a pocos meses de la victoria de Milei.Naishtat recordaba que eso también ha ocurrido en Uruguay, y que en Argentina parece que podría ocurrir: “Lo dice el personaje de nuestra película, las preguntas más fundamentales son preguntas filosóficas, y la gente filosofa aunque no se dé cuenta muchas veces. Si le quitamos a los jóvenes la capacidad de cuestionarse las cosas, nos enfrentamos a posibilidades muy distópicas. Una sociedad que no se cuestiona, que no se hace preguntas importantes, tiene el riesgo de ir derecho hacia cualquier tipo de abismo, que es lo que parece que está pasando hoy”.Puan también propone sacar la filosofía a la calle, que no sea algo que solo es propiedad de los universitarios. Acabar con la brecha de clase en la cultura y la educación, algo que los cineastas confiesan que querían abordar en el filme. “Nuestra idea era cuestionar esa capacidad, o ese defecto, que tiene a veces la academia de replegarse sobre sí misma, de ponerse un poco endogámica o sofisticada, a tono también con lo que el mercado le exige, que es la ultraespecificidad, los papers, las publicaciones… cuando en realidad el pueblo, la sociedad, la calle, necesitan que las humanidades bajen, que la cultura baje, que las cosas transiten, se retroalimenten de la calle y vuelvan a las aulas para que haya un ecosistema donde el pensamiento circule y que no puede ser el lujo de unos pocos privilegiados”, subraya Naishtat.La película se escribió hace cuatro años, y la realidad de Argentina entonces no era la de ahora, pero “ya se veían cosas que estaban en el aire”. Eso sí, reconocen que “nadie esperaba que pudiera pasar que hubiera un Gobierno de extrema derecha”. Había desde aquel guion las ganas de hablar de filosofía, pero también de hacer una radiografía del país, aunque más concretamente de “algo muy relativo a Buenos Aires, a una forma de vivir eminentemente porteña con una personalidad muy fuerte”.Alché aclara que es “muy grandilocuente” plantearse desde el inicio que su película actúe como reflejo del país, por lo que se centran “en las pequeños cosas”. “Como método de trabajo es muy difícil proponerse ese objetivo, así que uno se mete en líneas más pequeñas y confía en que resolviendo esos pequeños asuntos de la dramaturgia vayan sucediendo cosas más grandes”, puntualiza.Como siempre, el cine argentino demuestra su capacidad para que la historia del país impregne hasta una comedia sobre filosofía y educación. En los murales de esta universidad pública, real y que acoge a más de 300.000 estudiantes, se cuelan los murales de los desaparecidos por la dictadura haciendo que todo sea más real, más anclado a una memoria histórica que sigue marcando el presente y que desde el Gobierno de Milei quieren hacer desaparecer con medidas y cargos negacionistas con la dictadura.El cine de Benjamín Naishtat siempre se ha mostrado atento a las cicatrices de la dictadura, o a la misma época, en filmes como Rojo, y aquí aparece como contexto. “A los dos nos interesa mucho la historia argentina, porque es fascinante y también para nosotros, dolorosa, compleja y pertinente de pensar, sobre todo en este momento, porque nada sale de la nada. Uno tiene que comprender que donde hubo vórtices que permiten conquistas, ampliaciones y atisbos de revoluciones también aparecen cosas peligrosas. Pensar la historia siempre nos parece pertinente”, dice Alché.Naishtat recuerda una frase de Faulkner que le gustaba mucho a su abuela: “El pasado no se ha ido, el pasado ni siquiera ha pasado”. “Me encanta esa frase y me parece absolutamente cierta en Argentina. Para ponerte un ejemplo muy concreto, la candidata a vicepresidenta se plantea negar y desconocer todos los hechos del terrorismo de Estado y liberar a los presos de esos crímenes. Entonces, paradójicamente, el pasado es lo más urgente. Creo que no solamente en Argentina, nos enfrentamos con esa crítica de que dejemos de hablar del pasado. El pasado les incomoda, pero el pasado se mete por la ventana, se mete por todos lados, porque somos pasado también”.
eldiario.es
Kate, Koldo y los hipocorísticos
La Princesa de Gales lleva unos días muy presente en la prensa de todo el mundo, desde que el pasado 22 de marzo anunció que padece cáncer y que está siendo tratada con quimioterapia. Muchos medios españoles se refieren a ella como Kate, por el diminutivo de su nombre de pila, Catherine, seguido de su apellido de soltera: Middleton. Otros, los menos, prefieren Catalina, castellanizando su nombre como se hace por lo general con Papas y miembros de casas reales desde la noche de los tiempos. Lo curioso es que la mayoría de los que se refieren a ella como Kate, en inglés, castellanizan los nombres de toda su parentela. Y así, su marido, el Príncipe de Gales, es Guillermo en vez William; su cuñado, Enrique en vez de Henry; su suegro el rey, Carlos en vez de Charles. Es una anomalía; menor, pero anomalía. ¿Algún lingüista en la sala?Decía antes que Kate es diminutivo de Catherine. En términos lingüísticos es también un hipocorístico. Define así el diccionario académico lo de hipocorístico: “1. adj. Gram. Dicho de un nombre: Que, en forma diminutiva, abreviada o infantil, se usa como designación cariñosa, familiar o eufemística; p. ej., Pepe, Charo. U. t. c. s. m.” Y añade el diccionario que el término viene del griego hyporistikós, que significa “acariciador”. Puestos a ser cariñosos y a traducir el Kate, los medios también podrían decirle Cata, o Cati, o Lina a la Princesa de Gales.Pepe ―por José― y Charo ―por Rosario―, los ejemplos que el diccionario cita como hipocorísticos, son dos de los más frecuentes entre nosotros. Con Paco y Paca por Francisco y Francisca; Concha por Concepción (en España, en Argentina mejor no le llames Concha a ninguna Concepción); Toño, Tony, Toni y muchos más por Antonio; Chema por José María; Carmela, Mamen o Menchu por Carmen; Fani por Estefanía; Lupe por Guadalupe; Isa o Chabela o Mabel por Isabel… Los hipocorísticos nos rodean. Rara será la familia o el colectivo profesional donde no haya alguno.Otro de los hipocorísticos que se han puesto últimamente de moda ―y también por razones de salud, en este caso de (mala) salud democrática― es el de Koldo. Es hipocorístico del nombre vasco Koldobika o Koldovika, derivado de Clodovicus, nombre latino de origen germánico. Según el INE (muy recomendable en su sitio web la sección donde se pueden consultar los nombres y apellidos más frecuentes), en el padrón vigente de España llevan el nombre de Catalina 51.368 personas; el de Kate, 297; el de Koldobika, 499; y el de Koldo, 1.664.Tiene mérito Koldo García. Hay en España otras 1.663 personas que se llaman como él, pero pones Koldo a secas en un titular y todo el mundo sabe a quién te refieres. A Kate hay que añadirle aún el apellido. 
2 d
eldiario.es
‘Godzilla y Kong: El nuevo imperio’, otra estupenda entrega para disfrutar de las dos criaturas liándose a tortazos
Dentro de la constelación de universos cinematográficos en la que anda sumido Hollywood, el Monsterverso es un caso atípico. Para empezar porque no es una única major de Hollywood quien lo gestiona, sino un estudio mediano llamado Legendary Pictures que tiene tratos tanto con Universal como con Warner —habiendo impulsado el díptico Dune, sin ir más lejos—, y que hacia 2016 fue adquirido por la multinacional china Wanda Group. Esto, entre otras cosas, implica que las producciones de monstruos de Legendary van llegando a varias plataformas distintas, diluyendo el ímpetu de escaparate que suele regir la industria.De tal modo que el Monsterverso ha desarrollado sus películas con apoyo y distribución de Warner, pero también ha estrenado dos series en plataformas de streaming ajenas a esta compañía: la animada Skull Island está disponible en Netflix mientras que Monarch: El legado de los monstruos —muy aplaudida por su diseño de producción— llegó a Apple TV+ en 2023. Es como si de repente en Disney+ pudiéramos ver The Batman al lado de cualquier serie de Marvel Studios. Desde varios flancos el Monsterverso al que pertenece la recién estrenada Godzilla y Kong: El nuevo imperio se perfila ante su audiencia como una marca juguetona y casual, sin exigir pleitesía alguna y sabiendo ser generosa con públicos neófitos.Esta actitud ligera le diferencia aunque, como cualquier otro universo cinematográfico, haya sufrido alguna remodelación. El Monsterverso tuvo que tomar una decisión prematura. Sus dos primeros ladrillos fueron Godzilla y Kong: La isla calavera, de 2014 y 2017. Cada una introducía al monstruo titular. Pero ambas eran películas de planteamientos opuestos, exigiendo que Legendary tomara partido por uno o por otro de cara a continuar la franquicia. Que King Kong sea el personaje con mayor protagonismo tanto en Godzilla vs. Kong como en su continuación, El nuevo imperio, es una prueba determinante de cuál ha sido la elección.Algo que el Monsterverso tiene en común con el Universo de Marvel es, por otro lado, su costumbre de fichar a directores salidos de la escena independiente de EEUU para lidiar con sus criaturas desmesuradas, en una curiosa contradicción que ha terminado con Adam Wingard como director de los dos films que unen a Godzilla y Kong. Wingard se hizo un nombre en el mumblegore —cine de terror que a su vez se extraía de otro movimiento indie que privilegiaba los diálogos y la cotidianidad, el llamado mumblecore donde por ejemplo Greta Gerwig inició su carrera—, y antes que él Jordan Vogt-Roberts y Gareth Edwards habían lidiado con presupuestos igualmente escuetos, lejos de los grandes estudios.La habilidad que Edwards había demostrado para insinuar la monstruosidad más que exhibirla —por imperativo presupuestario, claro— en su debut oportunamente titulado Monsters moldeó su Godzilla de arriba abajo. La película estaba consagrada a subrayar el tamaño de la bestia, incidiendo en su relación con el espacio a la vez que esta asunción de la pequeñez humana inspiraba gravedad y fatalismo: nuestra raza no tenía nada que hacer contra este Titán salvo admirarlo y cuidarse de no estar en su camino, en códigos finalmente similares a los de la película original de Godzilla estrenada en Japón hacia 1954.El Monsterverso ha omitido el trauma nuclear en la génesis de sus monstruos, claro. Las diatribas sociológicas se han ceñido al país nipón —con ejemplos recientes tan felices como Shin Godzilla o Godzilla: Minus One, que recientemente ganaba un Oscar a Mejor efectos visuales—, y lo que ha preferido hacer Hollywood es manejar inicialmente cierto dramatismo a nivel de personajes humanos (en Godzilla) para a continuación dejarlo de lado (a partir de Kong: La isla calavera). No es muy distinto, en realidad, a lo que ocurrió en la misma Japón, pues poco después de Godzilla ya se había estrenado en 1963 un King Kong contra Godzilla. Desde que Godzilla empezó a estar acompañado en las producciones de Toho de otros monstruos estilo Mothra, King Gidhorah, Rodan o el propio Kong, pudimos hablar de cine kaiju eiga en su expresión canónica. Películas cuyo gran atractivo consistía en ver a varios bichos gigantescos zurrándose la badana por escenarios urbanos, y películas donde los seres humanos iban forzosamente perdiendo importancia. Porque a nadie le gustaba pensar que la destrucción provocada por cada lucha entre los kaijus dejaba costosos daños materiales y múltiples bajas civiles: el público prefería disfrutar de la destrucción por la destrucción. No dejaba de ser una paradoja terrible teniendo en cuenta que Godzilla había nacido de la bomba atómica, pero tales son los inescrutables caminos del cine popular, y Hollywood ha querido transitarlos. Kong: La isla calavera empezó a absorber las esencias del kaiju eiga más desprejuiciado, allí donde había indagado Guillermo del Toro con su colosal Pacific Rim, y reconfiguró a los humanos como árbitros de la destrucción antes que personajes con peso. El único peso relevante era el de King Kong, y el de todas las criaturas salvajes con las que medía puños en La isla calavera. Hoy sigue siendo la mejor película del Monsterverso.Godzilla: Rey de los monstruos fue una secuela fallida donde Legendary intentó comunicar la película de Edwards con el nuevo aliento festivo, y finalmente las piezas en el tablero quedaron ordenadas para el combate definitivo, Godzilla vs. King Kong. Una película con muchos problemas —o muchos humanos que hablaban, en realidad— pero que supo reclamar un aura inesperada de acontecimiento épico. Warner Bros. la estrenó en marzo de 2021, justo un año después del estallido de la pandemia. Lo hizo bajo ese vergonzoso modelo híbrido (cines y HBO Max) que la major había acuñado para reforzar el streaming y aún así obtuvo 470 millones de dólares, dando beneficios de sobra. Para muchas personas, fue el primer blockbuster que veían desde que el coronavirus cambió sus vidas. Y no les decepcionó.El propio Wingard no pudo evitar el desconcierto cuando Warner y Legendary le encargaron una continuación de Godzilla vs. King Kong. La película había sido desarrollada como clímax del Monterverso, ¿cómo se podía subir la apuesta tras juntar a gorila y lagarto, y además enfrentarlos contra Mechagodzilla en los sorpresivos minutos finales? El director confesó percibir el proyecto en una “encrucijada” —otro elemento distintivo de este encomiable Monsterverso: la aparente ausencia de calendarios—, pero aún así se puso manos a la obra.El resultado es Godzilla y Kong: El nuevo imperio, y una cumbre del Monsterverso mucho más solvente que la anterior. Un motivo obvio es la reducción más drástica del personal humano hasta la fecha, sin que eso lo libre aún así de aspectos irritantes. Rebecca Hall y Brian Tyree Henry regresan de instancias previas de la franquicia: ella con una trama maternofilial junto a una niña indígena que puede comunicarse con Kong, y él manteniéndose como alivio cómico que grita mucho. Ninguno de ellos logra ser convincente en sus fines —lo de Tyree Henry llega a ser irritante— aunque al menos tienen cerca la agradable adición de Dan Stevens como veterinario hippie, volviendo a trabajar con Wingard tras The Guest.Los humanos, por lo demás, matizan nuevamente la capacidad del Monsterverso para ofrecer un entretenimiento sin mácula, si bien en su rol habitual de explicar y fiscalizar las acciones de los monstruos se percibe una mayor agilidad. En Godzilla y Kong: El nuevo imperio las justificaciones de cada pasaje de destrucción están reducidas al mínimo —acaso porque la organización secreta que lidia con los Titanes, Monarch, ya ha tenido toda una serie para ella sola—, pues el film quiere entregarse pronto a un afán aventurero que ya era lo mejor de Godzilla vs. Kong, y que también remite a La isla calavera. Para eso nada mejor que mandar a los personajes a la Tierra Hueca, y aumentar caóticamente el menú monstruoso.La Tierra Hueca es un tropo literario aparecido en la obra de Julio Verne, H.P. Lovecraft o Edgar Allan Poe, nombrando una Tierra paralela a la nuestra a la que se puede acceder desde las profundidades. Desde Godzilla vs. Kong es el hogar del simio, y un lugar que aún guarda muchos misterios al inicio de El nuevo imperio. Buena parte de su acción se desarrolla en la susodicha Tierra Hueca, de hecho, y aunque su visualización no sea demasiado imaginativa ni espectacular —pensando en lo que alguien como James Cameron podría haber hecho con este material caemos en la cuenta de que estas películas no dejan de ser Serie B hipervitaminada—, la energía conjurada es muy simpática.Godzilla y Kong posee suficientes alicientes como para que no le demos muchas vueltas a lo que ocurre. Le presta una atención primorosa, además, a sus criaturas —conocidas o por conocer—, e incluso se permite tramos de pura abstracción una vez no hay humanos a la vista y solo vemos a estas criaturas interaccionar entre ellas. Es entonces cuando, dentro de que el CGI no sea ninguna maravilla, brilla el esfuerzo por dotar a Godzilla, Kong y los demás de una expresividad muy cuidada, que sirve tanto para afianzar lazos como para realzar emocionalmente las inevitables peleas. Que son, ni que decir tiene, inmensamente satisfactorias, rebosantes de la imaginación de un niño haciendo colisionar sus juguetes.Es esta lógica infantil, en fantástica confluencia con los hallazgos que sigue deparando el diálogo de los monstruos con la geografía humana —el “desafío” que Kong le lanza a Godzilla con medio mundo entre ambos es el auténtico clímax de toda esta chorrada del Monsterverso—, la que confirma a Godzilla y Kong: El nuevo imperio como una película deliciosa, la constatación de que Hollywood ha sabido importar finalmente el kaiju eiga. Un logro que solo se puede recibir con alaridos similares a los que puedan escucharse en algún encuentro deportivo, o en su defecto con una inmensa sonrisa.
2 d
eldiario.es
Más allá del fraude o la broma, Milli Vanilli reclama la verdad de su historia tres décadas después
“La vida va de crecer, evolucionar y aprender” dice Fab Morvan en un salón de un hotel madrileño con vistas a la Gran Vía. Lo afirma como parte de una larga digresión a lo que fue una pregunta directa: ¿le entristece hablar de Rob Pilatus, su compañero en Milli Vanilli fallecido por sobredosis en 1998 sin poder superar el trauma del fracaso mundial que supuso el desenlace del grupo? Pero la vida tampoco va de respuestas cortas y sencillas.Fab Morvan está en España para la premiere de la película de Simon Verhoeven Milli Vanilli: Girl You Know It’s True (estreno en cines el 27 de marzo) y, esa noche, cantará la canción que da título al filme delante de la pantalla del cine, un gesto extraño e innecesario pero que de alguna manera forma parte de la penitencia que viene sufriendo desde la rueda de prensa del 20 de noviembre de 1990 en la que Pilatus y él admitieron que no cantaban las canciones de Milli Vanilli, pero que eran capaces de hacerlo.Su disco All or Nothing fue una bomba mundial en 1988, vendiendo ocho millones de copias. Fue un hype meteórico que convirtió a dos bailarines, uno francés y otro alemán, en dos arrebatadoras superestrellas del pop. La fantasía duró apenas dos años. El público no tardó en conocer que el productor alemán Frank Farian, diseñador a su vez de otro producto de éxito como fue Boney M, había construido otra manufactura de su factoría, aprovechándose de la imagen de dos veinteañeros. En ese momento, MTV había apuntalado una industria musical donde la imagen era lo principal.Fab Morvan activa la máquina del tiempo y ya no está en la Gran Vía sino en la casa de Frank Farian en Fráncfort, hace 37 años. La película de Verhoeven también funciona como transportador en el tiempo, pues una recreación de esa escena la hacen asimismo los actores Tijan Njie (Rob Pilatus) y Elan Ben Ali (Fab Morvan), estremecedoramente similares a los músicos que interpretan.“Confiamos en que Frank Farian nos tratara como artistas y nos diera una oportunidad normal. Pero nos dijo: ‘no vais a cantar’. Firmamos un contrato sin que lo viera un abogado, no sabíamos nada sobre la industria de la música. Además, estaba en alemán y yo soy francés. Le pregunté a Rob: ‘¿está bien?’ y me dijo que sí, que genial, que podíamos firmar”, recuerda Morvan sobre aquel día que les sentenció para siempre. Recibieron dinero en concepto de adelanto y gastos. Confiaron en que esta situación sería solo para el primer single. “Cuando llegó el momento de decir, oye, vamos a cantar, nos dijo: ‘no, no, no vais a cantar’. Le dijimos que nos íbamos y nos dijo: ‘devolvednos el dinero’. El dinero no es gratis. Entonces, ¿cómo le pagas? Nos dijo: ‘haced lo que os digamos y cuando hayamos recuperado nuestro dinero, podréis iros’. Pero no sabíamos que habíamos firmado un contrato por tres álbumes”, afirma. Solo salió el primero de ellos, con Fab Morvan y Rob Pilatus en la portada, y otros músicos como Charles Shaw, John Davis y Brad Howell a las voces y los instrumentos. “Eres joven, estás emocionado, lanzas el primer single y dices, guau, todo el mundo te quiere”, admite.Los padres de Morvan estaban divorciados e intentaba ganarse la vida en otro país. Los de Pilatus le habían dado en adopción y no se sentía querido. “Cuando sientes el amor de los fans, es adictivo. El estilo de vida es adictivo”, admite Morvan para explicar porqué no pararon la creciente bola de nieve que les llevaría a ganar un premio Grammy y devolverlo al poco tiempo. “Cuando eres joven, ¿qué sabes? No sabes nada. Simplemente... no piensas en las consecuencias. Simplemente tomas decisiones sin pensar”, añade.Milli Vanilli: Girl You Know It’s True es algo más que una película: es un ajuste de cuentas. La historia ha maltratado a Milli Vanilli, situando su memoria a mitad de camino entre el fraude y el chiste. Tanto el biopic como el documental que Paramount+ estrenó el año pasado (Milli Vanilli, el mayor escándalo del mundo de la música, dirigido por Luke Korem) están realizados con la intención más o menos declarada de corregir la memoria colectiva y arrojar luz sobre la responsabilidad de Rob Pilatus y Fab Morvan en ese invent que fue Milli Vanilli. A pesar de todo, Fab no quiere colocarse en el lugar de víctima, sino que habla de “errores”.“Sí, fuimos engañados pero tengo una responsabilidad que asumir”, admite, explicando que ha tenido que pasar por años de terapia, trabajo y reflexión para llegar a este punto en el que está en paz y feliz con su vida. Con el pasado asumido. “Aprendí inteligencia emocional, qué pasos debía dar para mejorar y recuperar mi autoestima”. Un proceso que su compañero Rob no pudo hacer. “Aunque entraba en rehabilitación, no pudo conseguirlo, era demasiado adicto y abandonó nuestro sueño original, que era convertirnos en cantantes, autores y artistas. Creo que cuando el amor dejó de llegarle, fue como si le rompieran el corazón. Así que murió con el corazón roto, en realidad”.La rueda de prensa del 20 de noviembre de 1990 puede verse íntegra en YouTube y merece la pena hacerlo, tanto para observar cómo reaccionaron ellos cuando decidieron contar la verdad, “punto por punto”, insistió Rob Pilatus, como para escuchar el tono con el que los periodistas se dirigieron a ellos. Morvan recuerda que la prensa en Estados Unidos fue muy agresiva: “Los medios mataron mi imagen, mataron mi personalidad. Dijeron: ‘son tontos, no tienen talento, no pueden cantar, son estúpidos’. Hacían bromas sobre Rob intentando suicidarse. Estados Unidos es duro. Aunque llegamos muy arriba, nos destruyeron”, recuerda.“El juramento del periodista ante la sociedad es investigar”, recrimina Morvan y apunta que solo se hizo “parcialmente”. Solo se les fiscalizó a ellos. “Fuimos un chivo expiatorio. Ellos [el sello y el productor] ganaron 250 millones de dólares en dos años solo en Estados Unidos y luego, cuando llegó el escándalo, se evaporaron”. “Si comparas matemáticamente lo que obtuvimos nosotros con lo que obtuvieron ellos, es una broma. Hasta ahora, durante 35 años, cuando mi cara aparece en el disco, no obtengo nada. Nothing, niente, nada [en español]. Nada de nada. Es una locura. Pero no puedo volverme loco por eso porque he aprendido a perdonar”, dice.El hombre que les hizo firmar el contrato ha muerto hace apenas dos meses, unos días después del estreno de la película en su país. Tenía 82 años. “En Alemania, Frank Farian era un dios, uno de los más grandes. Vendió más de 800 millones de discos. Hasta hoy, no hay mucha gente que pueda hacer eso. Creo que tomó la decisión consciente de vivir su sueño al máximo y no le importaron los seres humanos que iba a utilizar para alcanzar su sueño”, dice Morvan.Según recuerda el músico, el creador de Boney M “no estaba contento” con la película porque había algunas cosas en ella “que le molestaban”. El filme no le sitúa en buen lugar, más bien construye un personaje con talento, sí, pero también avaricioso, insensible y codicioso. “Pero, al final, le encantó la película. Conseguimos el premio a Mejor Película del festival de Cine Bávaro [cuatro días antes de su muerte] y eso a él le gustó. Al final, era un tipo de persona distinto. Cuando envejeces, también olvidas cómo eran las cosas. En la película no se le presenta como un personaje agradable pero se ve que tiene sus motivaciones. Y en el filme, Matthias Schweighöfer hizo un buen trabajo”, señala sobre el actor que le encarna, que el año pasado trabajó también en Oppenheimer.La película introduce un nuevo personaje en la historia, hasta ahora poco conocido. Es el de Ingrid Segieth, a la que apodaban Milli. Según el filme, fue ella quien los descubrió mientras bailaban en una discoteca. Fab Morvan señala que es una licencia narrativa de la película y que fueron ellos los que buscaron a Frank Farian. Según el guion, el apodo de Segieth se convirtió en el nombre del grupo porque estaban comiendo helado de vainilla mientras daban vueltas al nombre del grupo. Las crónicas recogen, en cambio, que no era más que un chiste en torno a la rima del apodo. Ingrid Segieth es una de las productoras asociadas de la película, circunstancia que da pistas sobre su protagonismo. Morvan admite que es un personaje controvertido.“Aparece como productora tal vez porque aportó mucha información”, explica el músico. “Ella embellece ciertas cosas para ponerse a sí misma en el centro de la historia”, dice con tiento. Por ejemplo, señala con incredulidad que ella solía decir que Rob era como su “hijo”. En cambio, en la película, se acuesta con él. “Si eres como su madre entonces ¿eso que es? ¿Incesto? ¿De qué estás hablando?”, se pregunta. “Ingrid iba a ser la esposa de Frank pero nunca se casó con él. Aun así, siguió trabajando para él pero no creo que estuviera muy contenta con el hecho de estar ahí para él. Ella lo apoyó. Pero cuando llegó el éxito, él empezó a salir con mujeres más jóvenes. Y luego ella se casó con él mejor amigo de él”. “Uh huh”, exclama Fab tras dar estas escabrosas pinceladas personales.Fab Morvan vive en Ámsterdam y es padre de cuatro hijos. Sentado junto al cristal que filtra la luz de la calle principal de la capital, a primera hora de la mañana, se presenta impecablemente vestido, con un elegante traje azul abotonado hasta el cuello, con las mismas hombreras que caracterizaban su look hace tres décadas. Es como si su estilo fuera tan personal que nunca le hubiera abandonado, o como si volviera a estar de moda. Vuelve a tener el pelo largo, trenzado. Esta mañana lo tiene recogido. Tiene los ojos grandes y una mirada expresiva y clara. Observa directamente al interlocutor al hablar. Está centrado en el momento y tiene el poder de convertirse en una ventana que no es otra cosa que la puerta de entrada a la máquina del tiempo.“He aprendido lo importante que es la salud mental en la industria musical”, concluye Fab Morvan. “No se hablaba de inestabilidad mental cuando le pasó a Rob. Yo no lo supe hasta más tarde, sabía que algo andaba mal pero no se hablaba de ello, era una especie de tabú. No hablábamos de depresión, todo era espectáculo, glamour. Todo es feliz. Entretienes a la gente, pero eres un ser humano y algunas de esas cosas te afectan. Y antes de que te des cuenta, no te sientes bien. Y para olvidar lo que sientes, te medicas. Algunas personas lo hacen por vía farmacéutica y otras lo hacen con drogas y alcohol. Yo lo hice a través de la meditación, el ejercicio y la autoconciencia porque cuando pasas a través del dolor, cuando sales al otro lado, tienes una comprensión real de quién eres”.“Mi objetivo con la música es elevar, inspirar, decirle a los jóvenes, oye, no cometas ese error. Si firmas un contrato, asegúrate de tener un abogado. Asegúrate de que los números sean correctos para no quedar atrapado por el resto de su vida. Esto es algo que sigue sucediendo. Así que, si puedo salvar a alguien de cometer esos errores, aquí estoy”.
2 d
eldiario.es